Una traducción libre de Kavafis




LOS CABALLOS DE AQUILES

 

Cuando sorprendieron a Patroclo

muerto, que era tan bravo, fuerte y joven,

los caballos de Aquiles rompieron a llorar.

Siendo inmortales por naturaleza

se indignaban al presenciar de aquella forma

la obra de la muerte, al contemplarla.

Sacudían la testa, agitando sus crines,

y golpeando la tierra con sus patas

relinchaban, al ver aquel cadáver:

exterminado, exánime, carne desmayada

tan solo, sin amparo ni denuedo.

 

A oír Zeus las lágrimas de sus caballos

se entristeció: ‘’En la fiesta de las bodas

de Peleo –se dijo– nunca debí obrar

de modo irreflexivo. ¡Era mejor

no haberos entregado como dádiva,

desdichados! ¿A qué buscar nada en la tierra,

en la sufriente humanidad, juguete de los hados?

¡Libres de la vejez y el deterioro,

a vosotros jamás os atormentan

mezquinos infortunios, y ahora en ellos,

en su clara agonía, estáis mezclados!’’

Sin embargo

los nobles animales seguían sollozando

ante el desastre interminable de la muerte.


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