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       Un asunto sencillo el cumplir años. Veintinueve, mi segundo número favorito. El primero es el siete. Recuerdo bromear con los amigos, con mis buenos amigos, acerca de ponerle Siete a un futuro vástago o a un perro, decir todos en voz alta la palabra intentando convertirla en un signo robusto y definitivo. Era la música, porque las cosas reales solo caben en la música y solo se explican en ella. Crecía la tarde, compartíamos un único walkman y alguna que otra ambición menor. Gastamos unas pocas monedas de veinticinco pesetas, las que no se pudieron recuperar con el truco del hilo. Las orillas escondían celosamente el secreto que guardan hoy, y durante el invierno estuvimos seguros de que la amistad valía la pena. Son siempre, es verdad, las mismas imágenes las que vuelven, encarecidas por la memoria, las que vuelven cuando fumas un cigarrillo y esperas o cuando estás regresando a casa pero también esperas. Una violenta exhalación, un parpadeo antes de la sorpresa, eso fueron los dos últimos lustros. Sobrecoge pensarlo.

     Poco más. Me voy acercando a la fractura mientras el mundo pierde la cabeza.

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