Hacia la diferencia
Ser
un poeta responsable también comporta ineludiblemente ser un hombre egoísta. El
afán de aquel que escribe versos, al fin y al cabo, es alcanzar la singularidad
y que nunca lleguen a confundirle con los otros en una mímesis clónica[1].
La poesía, lo mismo que la vida, no deja de ser una cuestión de estilo. Desde que abandonamos el ambiguo territorio de
Morfeo, todavía aturdidos, nos inclinamos hacia nuestras preferencias: abrimos
el armario para vestirnos, elegimos, desdeñamos, nos sabemos con la posibilidad
del encanto de la diferencia. Somos animales esencialmente estéticos. Negar
esto conduce a un cinismo que termina por excluir casi todas las cosas
hermosas, como la amistad o la convicción.
Alejandro
Bellido parece intuir esta certidumbre, y lo demuestra en Música para tigres,
un libro de poemas cuyo título, por otro lado, resulta extraordinariamente
audaz. El poeta onubense demuestra en este volumen que, por encima de todo, es
un lector mayúsculo, y que no desperdicia ningún magisterio. Que sabe bien que
el camino es largo –y oscuro– y que resulta complicado deshacerse de la
angustia de las influencias, de todo aquello que un día renovó nuestra mirada e
hizo que la vida coincidiera con ella misma, invitándonos de manera vehemente a
domeñar el ritmo del verso y formalizar nuestro propio rumbo por la historia. Simpatizo
con su voz lírica porque efectivamente desea, esquivando la sugestión hipócrita,
diferenciarse del resto.
El
libro se divide en dos partes, ‘La lluvia’ y ‘Estrellas tras la lluvia’, distinguidas,
a mi juicio, por el tono, que adopta un compromiso más afectuoso en su segundo
tramo, después de haber desplegado una mayor viveza alegórica en la primera
mitad. No obstante, todo el recorrido conserva afinidad de materia. El libro
arranca con el poema homónimo al título del volumen, y es un texto que eleva a
virtud suprema el pensamiento por analogía, siempre contundente: ‘’Algunas
noches, / cuando estamos a solas, lo dejamos / salir durante un rato / a que
pasee y ensordezca el aire’’. Se trata, naturalmente, del furor poético, que
aquí se corresponde con la ferocidad latente de la fiera, en una asociación que
no hubiera disgustado a Baudelaire. El libro no pierde interés a medida que avanza:
hay buenos poemas en esta primera parte: ‘Galgos’, ‘El monstruo’ (‘’Por eso sé
/ que ahora que cruzamos la mirada / la supervivencia es imposible.’’) y ‘Tu
cabello’ son los tres con los que uno ha disfrutado más. Conservan el mismo
secreto que el poema inicial, secreto imprescindible en la poética moderna: la
potencia del pensamiento simbólico, el desciframiento de las relaciones
secretas entre objetos a priori completamente dispares.
La
segunda parte arranca con dos sugestivas citas y un poema definitorio, ‘Cantar
para qué’, en el que acaso Bellido defiende, con simpática candidez, que la
relación entre experiencia y lenguaje, en efecto, sí puede ser solidaria. Es
posible que haya momentos en los que la intensidad o, si se quiere, el
atractivo del libro decaiga. Sospecho que el exceso de virtud y de buena
voluntad (que es un problema que uno debe tener al menos una vez) puede apagar
el temperamento lírico y transformar el poema en una indolente inscripción. El
viaje remonta con garantías al toparnos con ‘Un poco de optimismo’, un texto
genial (‘’que yo, que tengo unos / apellidos que arrastran el analfabetismo /
antes de mis abuelos, hace un rato/ leía unos poemas, y además, / ahora estoy
escribiendo igual que aquellos clérigos / a sílabas cuntadas). ‘’A una roller
girl’ también me ha gustado, porque enlaza con una de las curvas de mi educación
sentimental, realizada en toda la tradición gamberra que comienza con los teddy
boys.
Música
para tigres es un libro interesante, que recomendaré,
y que deja entrever el futuro de un poeta al que no veremos revuelto en un ejército
de epígonos. Además, Bellido es completamente dueño de su técnica, y eso le
ayudará, seguramente, a infringir sus límites para sustanciar el contenido de
su conciencia, una conciencia que sabe ver en las cosas mucho más que sí mismas,
recorrer el misterioso camino que conecta objeto y símbolo.
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