Flaubert y julio

       



         Flaubert: «Hay, sin embargo, un elemento nuevo, que no esperaba ver y que aquí es inmenso: lo grotesco. Toda la vieja comicidad del esclavo apaleado, del patán vendedor de mujeres, del comerciante tramposo, aquí es muy fresca, auténtica y encantadora».

     Estoy considerablemente desencantado (el pensamiento racional parece haberse esfumado definitivamente), pero al menos Flaubert consigue divertirme un poco estos días grises de un verano que más bien parece un chicle masticado. Me ocupo de su ingente correspondencia, seleccionada, ordenada y editada por Antonio Álvarez de la Rosa en El hilo del collar. Aunque cuando se reviste de gravedad cuesta tomárselo en serio, porque sus lamentos son, me parece, presuntuosos (hace pasar por compleja una mundología emocional en el fondo demasiado simple: Kafka era bastante más honesto en este tipo de declaraciones), el Gustave irónico y sagaz resulta emotivamente simpático y siempre brillante. Sobre todo cuando relata sus pormenores viajeros y aprovecha los excursos para abominar incisivamente de cualquier afán de posteridad literaria, ese pájaro disecado, a costa de que los lectores tengamos la sospecha de que su deseo sea el contrario. Queda diversión e inteligencia para rato. 

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